viernes, 19 de septiembre de 2025

El metro de la 80: progreso, desplazamiento e injusticia

 

Por: Filoparchando

Con grandes expectativas y un sentimiento de orgullo, la sociedad medellinense espera ver realizado el metro de la 80, y así poder decir ante el mundo que Medellín es una c#1mb@. El circuito de este proyecto conectará  la estación Caribe y Aguacatala, atravesando por la transversal 73, la calle 65 y la avenida 80 gran parte de la ciudad. Esta extensión del metro que mejorará mucho más la movilidad de Medellín es celebrado como símbolo del progreso y la pujanza antioqueña. No obstante, ese relato de progreso y modernidad oculta una injusticia ignominiosa y no podemos inflar el pecho cínicamente ante los extranjeros que nos visitan, a sabiendas de que ese metro será construido sobre los hombros de los sacrificados, a saber, quienes deben vender su propiedad a precios insultantes, para que ese metro exista. 


Algunos afectados, exponen que para la compra de su propiedad les ofrecieron precios que redujeron cuantiosamente su patrimonio. Por ejemplo,  por una casa  de 100 metros cuadrados ofrecieron 250 millones de pesos, y el afectado demanda que en el avalúo no se tiene en cuenta la casa o pisos construidos, sino que le están pagando prácticamente solo por el terreno. Ahora bien, lo peor es que con esos 250 millones no le alcanza para comprar otra propiedad con las mismas condiciones, pues un apartamento de torre o urbanización con medidas de 50 o 60 metros cuadrados hoy por hoy cuesta entre 400 y 450 millones de pesos. En esta encrucijada del progreso se encuentran los propietarios, los cuales han tenido que hacer protestas, demandas y tutelas para llegar a un acuerdo más justo, pero este acuerdo no se ha dado, y en caso de no darse nunca, tendrán que buscar una propiedad de bajo presupuesto en las laderas de Medellín.


Paradójicamente, el progreso del metro puede derivar en el empobrecimiento de estos propietarios, a todas luces, sacrificados para el bien común de toda la ciudad. Y es que al parecer el despojo despótico se ha convertido en el modo de proceder de la administración actual de Medellín, que ha propósito de las laderas, también ha desalojado a las familias que han sido afectadas por las catástrofes invernales, una solución con la que la administración se lava las manos y que los ha dejado peor de lo que estaban, pues esta los ha dejado a su suerte sin ninguna garantía de reubicación. 


Tolstoi, en su cuento Cuánta tierra necesita un hombre, dice algo que, de alguna manera, nos sirve para ilustrar lo que se encuentra en el trasfondo de muchas de las problemáticas que al día de hoy aquejan a la ciudad de Medellín: “La única pena es que disponemos de poca tierra”. Ante el avance del desarrollo de la ciudad en temas de movilidad, el proyecto del Metro liviano de la 80 nos plantea un viejo problema ético y político, esto es, la tensión entre legalidad y justicia, puesto que, para adquirir los predios necesarios para la construcción de esta obra, tanto el gobierno municipal y nacional cuentan con un marco legal que, en la ejecución del proyecto, ha derivado en una situación de injusticia con los propietarios de aquellas propiedades que se encuentran dentro del área a ser intervenida.


Si bien el proyecto tiene un impacto económico y social positivo para la ciudadanía, quienes deben pagar el precio de tal desarrollo son individuos particulares, familias y comunidades que están en riesgo de disolverse en la hojarasca del progreso. El avalúo de las propiedades, sustentado en el valor comercial del año 2016, pone en evidencia que la injusticia es, además de económica, también simbólica y social: ¿es posible calcular el valor de lo intangible? El aspecto económico es apenas la punta del iceberg de esta problemática que tiene en el fondo el desarraigo, la pérdida de redes comunitarias y el desplazamiento de memorias vividas en esos espacios.


En este sentido, el Metro de la 80 no puede verse únicamente como un proyecto de movilidad, sino como un dispositivo de poder que reconfigura la ciudad y redistribuye los costos del progreso de manera profundamente desigual. Bajo el discurso de la modernización, se ocultan dinámicas de corrupción, sobrecostos y negociaciones opacas que favorecen a unos pocos, mientras las comunidades directamente afectadas quedan sometidas a un proceso de despojo legalizado. El proyecto, lejos de encarnar el ideal de un desarrollo equitativo, revela cómo las instituciones pueden instrumentalizar la ley para legitimar prácticas injustas que erosionan el tejido social.


La gentrificación se convierte, entonces, en el rostro más visible de esta injusticia. La ciudad se embellece para unos, mientras expulsa a otros hacia los márgenes de la miseria. Medellín, celebrada internacionalmente como ejemplo de innovación y transformación urbana, se encuentra atrapada en una paradoja: mientras se erige como vitrina global de progreso y es catalogada como una de las ciudades más apetecidas de Latinoamérica, en su interior persiste una lógica excluyente que empuja a las poblaciones vulnerables a abandonar no solo sus hogares, sino también la memoria y las formas de vida que allí habían construido. La “hojarasca del desarrollo”, en este caso, no fertiliza la ciudad, sino que la despoja de su diversidad vital y cultural.


El trasfondo de esta problemática nos remite al mismo origen de la propiedad privada: aquello que en un inicio fue común y necesario para todos (la tierra, el agua, los recursos vitales) se transformó con el tiempo en objeto de apropiación y acumulación desigual. Así, lo que debería garantizar la vida digna de todos termina distribuido de manera que unos pocos concentran demasiado y otros apenas acceden a lo mínimo, cuando no a nada. Paradójicamente, el ser humano no requiere tanto para vivir con dignidad: un techo, alimento suficiente (que en gran parte hoy se desperdicia antes de alimentar una sola boca) y un abrigo. Lo demás pertenece al ámbito del sentido, de la posibilidad de construir una vida plena en comunidad, un derecho que, sin embargo, parece ser relegado en nombre de un “progreso” que expulsa y margina.


lunes, 1 de septiembre de 2025

Como esclavo y criminal, así reciben a los inmigrantes en USA

 

Como esclavo y criminal, así reciben a los inmigrantes en USA


The finger to the land of the chains                                                                                                   
What? the land of the free?                                                                                                            
Whoever told you that is your enemy!

                    R.A.T.M







Por Jhonny Estrada

Hace dos años Diego se desplazó como migrante hacia los Estados Unidos tras el sueño americano, junto con su esposa y otros familiares, entre ellos un menor de edad. Partieron de Medellín- Colombia huyendo de diferentes problemas, unos económicos y otros desencadenados por la violencia, con la ilusión de que en dicho país mejorarían sus condiciones de vida. Para costear su viaje, Diego tomó todos sus ahorros, además vendió el carro y la moto, y apostó todo a ese destino soñado. No obstante, aunque logró llegar y laborar allí por dos años, hace dos meses que retornó a Medellín por voluntad propia, evitando ser deportado y volver a vivir las experiencias deshumanizantes que son aplicadas a los migrantes, y de las cuales se sentía supremamente cansado. Aquí Diego nos cuenta su experiencia de migración hacia el país de destino y el retorno indirectamente forzado a su país de origen:

Yo no me fui por el Darién, por ahí se van los que no tienen plata. Yo me fui en un avión que hizo escala en Panamá y luego voló hasta México; cuando llegamos, como ya teníamos todo cuadrado con el contacto, nos encontramos con él y nos llevó al hotel. ¡Esa es una mafia muy brava! A uno le quitan toda la plata, la cédula, todos los papeles, y le van dando la plata que va necesitando. Allá en el hotel salí dos veces a comprar unas cosas a la calle, ahí mismo, el man que estaba en el hotel recibió una llamada de Estados Unidos, para que me dijera que no saliera tanto a la calle y menos de noche, porque me podían secuestrar.

Esos manes allá mantienen todo vigilado, uno no se da cuenta quienes son, pero saben todo lo que uno hace o deja de hacer, miran que uno no vaya a ser un policía. Luego nos dijeron, ¡vamos a sacar la plata que ya los vamos a pasar! Parce, llegaron unos carros a recogernos y cuando fuimos a retirar la plata, la que nos atendió nos preguntó, ¿dónde están? Respondimos, en tal hotel, en tal parte, ¿cuál es el código postal? y nosotros no lo sabíamos, entonces no nos quería entregar la plata. Una supervisora que había ahí vio a esos manes en los carros y le hicieron como una seña y ella toda asustada le dijo a la cajera ¡home, deje de preguntar tantas cosas y entrégale la plata a esa gente para que se vayan rápido! Imagínese el miedo que le tienen a esos manes.

Ahí les entregamos como 15 mil dólares entre mi pareja y yo, la cuñada y el niño y otro man. Entonces nos recogieron unas viejas en un carrito chiquito, no cabíamos, nos tocó acomodarnos unos encima de otros y hasta en el suelo. Arrancamos, cuando por allá un retén, preguntaron santo y seña y nos dejaron seguir… Usted se imagina cuánta plata mueve esa gente para asegurar el circuito… es mucha… Nos llevaron hasta Reinosa para de ahí llevarnos a Río Bravo, nos dijeron esperen aquí y comenzaron a llegar de a 20 migrantes que los iban trayendo esos manes; cuando ya había como 100 llegó un bus grande amarillo y nos montaron a todos. Nos llevaron a la orilla del río y nos comenzaron a pasar, al otro lado ya estaban los gringos esperándonos con policía y todo.

Cuando pasé, uno me dijo ¡Ven yo ayudar a ti! y claro, es que a ellos les dan plata por eso. Entonces nos hicieron botar todo, las maletas con la ropa y solo quedamos con lo que teníamos puesto y nos llevaron para una cárcel que llaman la nevera. Allí nos tomaron huellas digitales y separaron a los hombres de las mujeres; ahí estuvimos como 5 días, a mi compañera, a la cuñada y al niño los dejaron salir, les preguntaron quiénes los iban a recibir y que llamaran para que les compraran los tiquetes. A mí me esposaron de manos y pies y me llevaron a otra cárcel, allá no teníamos derecho nada, no podíamos bañarnos ni teníamos donde hacer las necesidades. Después me llevaron a otra cárcel y me dieron una tarjeta, un número y me dejaron llamar a los familiares que me iban a recibir para que compraran el tiquete de avión.

Una vez estuve libre en Estados Unidos, comencé a trabajar en un local de hamburguesas manejando la parrilla, trabajaba de 5 de la tarde a 5 o 6 de la mañana, ganaba mil dólares semanales. La gente cree que con eso a uno le da para enviar plata para Colombia; siempre me preguntan qué trajo home y no cuánto quedé debiendo. Me tocaba sacar 400 dólares semanales para comprar un carro que me costó 6 mil dólares, porque era necesario, los viajes eran muy largos en bus para llegar al sitio de trabajo, se demoraba casi 5 horas. Con el resto de plata pagaba arriendo y compraba la comida, allí todo es caro y por todo lo que compras te cobran un impuesto. Por el solo hecho de ser migrante me pagaban 15 dólares por hora, mientras a los ciudadanos norteamericanos les pagaban 45 dólares, y cuando uno iba a comprar en un supermercado las cajeras lo trataban como un criminal, tenían mucha rabia hacia los migrantes. Yo me decía: ¡Hp que estoy haciendo aquí! Acá son unas chandas”.

Yo había tenido que conseguir papeles falsos para poder trabajar y cuando Trump asumió la presidencia me asusté mucho, porque eso daba 10 años de cárcel. Cuando comenzó ese proceso de deportación a los migrantes me llamaron y me citaron con un juez. Era un puertorriqueño y yo le caí bien porque le gustaba mucho Colombia. Entonces me dijo: no te va a gustar lo que voy a hacer, y me puso un dispositivo en el pie con el que me podían ubicar donde estuviera (lo cuenta entre lágrimas); me dijo que podía esperar el proceso de deportación o irme por cuenta propia, pero entonces tenía que mostrarle los tiquetes comprados. Yo le dije que sí, que yo me iba. Cuando salí de ahí conseguí los tiquetes, se los mostré al juez y como a los 15 días me vine, porque si me deportaban se daban cuenta de los papeles falsos y hoy estuviera encanado. Hace 2 meses estoy en Medellín y aún estoy intentando vender el carro que dejé en Estados Unidos, pues de todo esto quedé debiendo 60 millones.

All of wich are American Dreams!

All of wich are American Dreams!

All of wich are American Dreams!

All of wich are American Dreams!


De palabras y silencios

En un mundo de plástico y ruido, quiero ser de barro y de silencio

E. Galeano

De palabras y silencios

Buscar silencio sobre la faz de la tierra parece inútil. Ni siquiera los muertos lo encuentran, pues sobre su materia inerte se ciernen lamentos, rezos e improperios.

Ojalá tampoco lo haya en las conciencias de quienes callan mientras caen las bombas, o resuenan las famélicas entrañas de los pueblos que mueren de hambre, olvido e indiferencia.

Las balas que silencian a unos son motivo para la alharaca proselitista de otros.

Las piadosas plegarias que no pasan del techo de los templos; las denuncias enérgicas y las protocolarias muestras de rechazo de la burocracia mundial; las palabras tejidas en éste y en todos los poemas… ¿son inútiles?

¿No hay palabras que logren silenciar los fusiles y las conciencias de los urdidores de muerte y fortuna?

En el creciente desierto humano reina el estruendoso silencio de Dios.

C. Carmona Salas.