Por: Jaramago
Ilustración por Jaramago
A veces, bajando la loma, siento que se aproxima un susurro diciendo que no sé cuando parar, por fortuna soy sincero conmigo mismo y domino mis sombras para no confundirlas con la luz que las proyecta, por ello retomo las riendas de mi templo y me recuerdo que conozco perfectamente la trayectoria que tiene mi andar.
En mi barrio abunda la inocencia de una vecindad que cree haber superado su inocencia y probablemente así sea, pero ni siquiera el duro de la banda se ha sentado a tomarse un tinto con el diablo, ni el cura de la parroquia se ha parchado a darse los plones con Jesucristo, entonces lo que sabemos es una gota de vinacho y lo que ignoramos es una botella de whisky gringo que cuesta más que un viche curao y son igual de sabrosos pero el último gana por ser paisano. Aquí la inocencia es tanta que incluso su más profundo significado no se concibe dentro del lenguaje frecuentado en este micropueblito antioqueño; incluso hay un hombre viejo que vende juguetes sin ser juguetero
Sin embargo se ganó ese nombre para mí recuerdo pues tiene bien organizado todo en la sala de su casa, todo muy llamativo esperando poder convencer a otros niños como yo de jugar con juguetes y usar su imaginación en vez de ir a dónde se están empezando a conglomerar los pelaitos para pagar por jugar plei 2 por un tiempo limitado de 1 hora por 2mil pesos. A pesar de que yo también voy alli y pago con el conspire que he reunido tras visitar familiares en todo el barrio pidiéndo monedas de 200, no me agrada mucho la idea de jugar bajo las condiciones de una imaginación impuesta por un aparato, lo tolero e incluso llevo mi propio control que es una guitarra de guitar hero, todo muy bien hasta que en otro momento debía esperar el turno para poder jugar san Andreas y quién estaba por culminar su hora de juego, también estaba jugando en el mapa de Los Santos, cuando se le apagó el televisor, lo volvió a prender y me pasó el control después de hacer la clave para que todos intenten matar a CJ y efectivamente me murieron, y yo apenas disque empezando a jugar aahh? Entonces me enoje allí pero no podía hacer mucho porque igual ese man es más grande que yo y tiene fama de desatinado.
Volví unas últimas veces a la casa del humilde viejo ya con algunos años transcurridos y tras haber crecido un poco dentro de aquel inocente barrio de un entramado Belén, la casa del juguetero se encontraba organizada diferente, parecía que la flor infantil del casto recuerdo, comenzaba ya a deshojar sus pacíficos pétalos que nunca hicieron daño, el viejo a quien consideraba siempre con un fiel amigo, se hallaba ahora arrastrando un tanque de oxígeno con rueditas, me incomode un poco pero luego recordé que cuando lo viví por primera vez, sin saberlo había guardado un mi memoria mi última visita a la juguetería que no pagaba industria y comercio ni le rundía cuentas a la DIAN como persona jurídica y entonces suspiré armonioso al cargar de valor esas últimos segundos compartiendo con ese viejo amable.
A veces al subir la loma, regresando a mi casa, suelo exclamar en vos baja que hace mucho tiempo aprendí cuando parar, al salir de la juguetería, salgo también de mi barrio, salgo también de esa meditación a tiempo pausado, descongelo el fuego que activa mis latidos y vuelvo al presente eterno que contiene en si mismo al pasado y el cálculo en constante cambio del futuro. Abro los ojos y medito 3 minutos sobre las conclusiones de mi viaje al interior.
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