Por: C. Carmona Salas.
Era una mañana de domingo. Desde las altas colinas de San Antonio de Prado se
divisaba la mole de concreto arropada por un cielo cristalino de verano. Queriéndole hacer
el quite a las rumiaciones sobre el lenguaje, me puse los audífonos para escuchar la
canción que Fer Herrera —un talento inmenso como la Catedral de Nuestra Señora de
Luján, pero modesto como el kiosco de la esquina junto a aquel monumento— nos había
compartido esa semana, para promocionar el programa de Filoparchando sobre la idea
del lunfardo y sus posibilidades transgresoras. Encendí la motocicleta y enfilé rumbo al
centro de la ciudad.
Todo el mundo está en la estufa, triste, angustia’o y sin garufa, melancólico y
corta’o. Se acabaron los robustos, y hasta yo que daba gusto, cuatro kilos he
baja’o…
Contrario a mis expectativas, no logré desligar del flujo de mis pensamientos la pregunta
por el lenguaje. Donde quiera que pasara, el mundo se me presentaba como signo, y en
mi recorrido por las calles de tráfico sereno, intentaba leer con el rabillo del ojo lo que
encontraba a mi paso: rostros, gestos, señalizaciones, muros con variopintas figuras y
colores.
Hoy no hay guita ni de asalto y el puchero está tan alto que hay que usar un
trampolín. Si habrá crisis, bronca y hambre, que el que compra diez de fiambre hoy
se morfa hasta el piolín…
¿Cómo es posible que haya lenguaje? ¿Será el hálito que Yavhé exhaló en el rostro de
Adán; acaso el fuego que nos legó Prometeo; o quizás el fruto de una larga búsqueda
humana tras la quimera de la comprensión? Pensando en esto, recordaba lo que dijo
Wittgenstein a cerca de los problemas de la filosofía, que en realidad no eran más que
absurdos nudos del lenguaje. Con la idea de juegos del lenguaje como filtro, empecé a
ver el mundo de un modo más pragmático y, omitiendo la pregunta por el origen, me
centré en el “para qué”. Ante mí un semáforo cambió de color. Conozco las reglas de este
juego determinado y me detuve a la sombra de un florido tulipán africano. Inmersos en el
juego de la miseria, una pareja de migrantes —con un carajito de brazos y un cartón
garabateado con palabras— a paso lento exhibían su tragedia en medio de los vehículos
que aguardaban la señal que les permitiría dejar atrás aquel doloroso espectáculo que ya
se nos tornó paisaje.
¿Qué sucede? ¡mama mía! Se cayó la estantería, o San Pedro abrió el portón. La
creación anda a las piñas, y de pura rebatiña, apolilla sin colchón…
“La pared y la muralla son el papel del canalla”: así reza un viejo refrán. Pero si el
lenguaje tiene un “para qué”, el grito de protesta que se plasma en cada mural o grafiti
representan una de las tantas formas en que el arte trasgrede las convenciones sociales
para denunciar y visibilizar situaciones de injusticia, para darle voz y reconocimiento a
aquellos que nunca lo han tenido. Así pues, la ciudad es un hervidero de discursos e
interpretaciones en constante disputa, y valiéndose cada uno de los medios con que
cuenta, intenta llevar el conglomerado de sus propios prejuicios a los diferentes
escenarios donde se juega lo político.
El ladrón es hoy decente y a la fuerza se ha hecho gente, pues no encuentra a
quién robar. Y el honrra’o se ha vuelto chorro, porque en su fiebre de ahorro él se
afana por guardar…
En la avenida Ferrocarril a la altura de la estación Cisneros, viro a la derecha para tomar
la calle Maturín. En las veredas del sector de El Hueco lucen cerradas las persianas de
los comercios, que hace un par de semanas permanecían abiertas y atiborradas de
gentes haciendo sus compras de temporada. La soledad de los habitantes de calle
irrumpe aquí y allá, dando un aspecto marginal y peligroso al corazón de esta metrópoli.
Al llegar a Bolívar, dirijo una mirada circunspecta al viejo Salón Málaga y reconozco allí un
par de rostros familiares. Aparco y voy a su encuentro. El aire bohemio que envuelve
aquel lugar me trae el aroma de un viejo bandoneón. Poco a poco llegan los invitados
mientras adecuamos un espacio para la grabación del programa. ¡Que empiece la
función! Las palabras entraron en juego tras el preludio musical, y las ideas se fueron
tejiendo entre los participantes de aquel encuentro de amigos.
Hoy se vive de prepo y se duerme apura’o, y la barba hasta a Cristo se la han
afeita’o…
Hay juegos de juegos en el ámbito humano. Hay unos quizá inocentes, pícaros, de reglas
simples o complejas, de consecuencias individuales e intrascendentes, pero los hay
también con implicaciones colectivas de gran calado, en los que se precisa de malicia,
astucia y tacto para realizar cada movimiento. Esto en la arena política, que ya no sólo se
trata de la plaza pública o los espacios gubernativos, sino que se ha extendido al terreno
mediático digital. Y en estas disputas entre los diferentes discursos ideológicos, parece
que lo que en realidad importa es quién tiene la razón, mas no la verdad.
Hoy se lleva a empeñar al amigo más fiel. Nadie invita a morfar, todo el mundo en
el riel...
Al caer la tarde pensaba en el caso del mural Las cuchas tienen razón, y la manera en
que una manifestación del arte popular se convirtió en todo un quilombo mediático, del
que unos y otros quisieron sacar provecho en el juego político local, para tornarse una
importante discusión a nivel nacional, en el marco de los hallazgos de la Unidad de
Búsqueda de Personas Desaparecidas en el sector de La Escombrera en la comuna 13
de Medellín. Una vez en casa me dispuse a descansar, sin pensar que otro juego de
lenguaje de calibre internacional empezaba a crispar las relaciones diplomáticas entre el
cacique de El Imperio y el poeta anarquista de El País de la Belleza. Sin comerlo ni
beberlo, desperté en un mundo sobre el que se cocinaba una pelea de toche con
guayaba. Definitivamente:
Al mundo le falta un tornillo, que venga un mecánico a ver si lo puede arreglar*.
(*Enrique Cadícamo, 1932)
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