domingo, 15 de junio de 2025

El Parlache, El Juego De Los Marginados.


Por: Wilder Carmona






En la ciudad de Medellín a finales de los años 80’s,  los jóvenes de las clases marginales crearon un dialecto que provocaría más adelante cambios lingüísticos y la apropiación de un lenguaje popular por parte de esos mismos sectores, como lo describe Luz Stella Castañeda (2005): “ Se trata de un lenguaje urbano, muy creativo, que expresa sin pudores ni temores la nueva realidad que viven amplios sectores de la sociedad medellinense y colombiana.” (p.78.). Cuando se dice creativo  podemos empezar a hacernos la idea de su riqueza en cuanto a “juego del lenguaje” en donde los jóvenes inventaron nuevos nombres y formas para referirse a los diversos objetos o situaciones, con ciertas reglas de fondo que facilitaban la comprensión entre sus participantes, pero, ¿ De dónde provenían las reglas de ese “juego”?



Si se aspira a participar en un juego se deben conocer previamente sus reglas para no ser penalizado y conseguir entender su sentido, así pues los jóvenes de aquella época se valieron del uso que se le da a nuestro idioma castellano para empezar a denominar los elementos cotidianos, por ejemplo, a varias palabras le cambiaron el orden de sus sílabas como a Camisa = Misaca o Bogotá = Tabogo, otras conservaban sólo su primera sílaba, Nada = Naranjas-Natilla, también resultaron expresiones de acuerdo al contexto, Pasar de agache = Sortear una situación sin llamar la atención, pero como vemos todas las palabras pueden ser interpretadas según ciertas reglas del lenguaje que ya están implícitas, haría falta entonces de cierta perspicacia o intuición para descifrar su uso dentro del juego, he aquí lo divertido del asunto ¡un acertijo!


Lo curioso siempre será la naturaleza  variable del lenguaje dependiendo de las situaciones del entorno donde es utilizado, en Medellín por aquella época se respiraba un ambiente de desolación implantado por el narcotráfico y las guerras urbanas, también las pocas oportunidades y el crecimiento excesivo de la población a raíz de la migración campesina cambiaron a la ciudad para siempre junto con lo que respecta a su lenguaje, surgió entonces el dialecto de los marginados. 


Las condiciones de vida que se sorteaban por esos días originaron una atmósfera hostil en la ciudad, todos sospechaban de todos y muchas personas fueron asesinadas por hablar imprudentemente, había cierto recelo entre los mismos habitantes que quizás suscitó el encriptamiento de las comunicaciones y la creación de un lenguaje diferente. Acción que nos pertenece como humanos es por tanto la inventiva en medio de las adversidades, que  según Wittgenstein (1967): “ Se dice a veces: los animales no hablan porque les falta la capacidad mental. Y esto quiere decir: “no piensan y por eso no hablan”. Pero: simplemente no hablan. O mejor: no emplean el lenguaje, si prescindimos de las formas más primitivas del lenguaje. Ordenar, preguntar, relatar, charlar pertenecen a nuestra historia natural tanto como andar, comer beber, jugar” (p.187.).  El hombre ha creado su propio lenguaje y lo reinventa de vez en vez según sus propias necesidades a diferencia de los animales, que tienen sistemas de comunicación dependientes  de su instinto y de las herramientas que les ha proveído la misma naturaleza, situación que ha permanecido inalterable desde hace millones de años, por tal razón las personas desde la creatividad reconstruyen el edificio del lenguaje pero sin dejar de vista los cimientos que se fundamentan en las reglas de ese juego.   


En el Medellín de aquel entonces las personas de las clases populares tal vez no eran conscientes de su participación en un juego que más adelante influenciaría a todo un país, pues la mayor parte de los colombianos en otras regiones han incorporado en su lenguaje coloquial expresiones del parlache, aquí podríamos hablar de una forma de vida o entramado social en el cual todos sus individuos comparten actividades y costumbres, circunstancia que dio lugar a la aparición del entorno propicio para el adiestramiento de todos los participantes del juego, es evidente que la situación que vivía Medellín también repercutió en el resto del país y eventualmente cada individuo iría adoptando al parlache dentro de su propio lenguaje.


Los problemas que reinaban por aquella época crearon en la mente de los jóvenes originarios de los sectores marginales una visión de mundo totalmente diferente a la de las clases media y alta, y desde su  nueva perspectiva inventaron nuevas palabras que conservaban en el fondo cierto sentido lúdico, pues  lo curioso del asunto fue que las palabras inventadas mantuvieron algún parentesco con las formas tradicionales del lenguaje, tal condición Wittgenstein (1967) la nombra en las investigaciones cuando dice: “ ¿Por qué llamamos a algo número? Bueno, quizá porque tenga un parentesco directo con varias cosas que se han llamado números hasta ahora; y por ello, puede decirse, obtiene un parentesco indirecto con otras que también llamamos así. Y extendemos nuestro concepto de número como cuando al hilar trenzamos una madeja hilo a hilo. Y la robustez de la madeja no reside en que una fibra cualquiera recorra toda su longitud, sino en que se superpongan muchas fibras” (p.229.)  Así mismo muchas palabras fueron creadas desde un concepto unívoco en relación con los diferentes contextos como veremos a continuación. 


En las iglesias de la antigüedad había un encargado de hacer repicar las campanas con el fin de dar aviso o anunciar algo, el campanero,  así mismo se nombró en el parlache al que advertía con algún sonido el arribo de la ley a los barrios donde se realizaba el expendio de drogas. También utilizaban muchas onomatopeyas, por ejemplo en vez de la palabra  “balacera” decían “tastaseo”  haciendo referencia al ¡taz-taz! o ruido que producen las armas al ser disparadas y de ese mismo contexto surgió la palabra “traqueto” para referirse a la persona que está inmersa dentro del mundo de las armas y la mafia con la onomatopeya ¡traque! En el uso de las palabras y la invención de las mismas podemos evidenciar una especie de juego muy original y didáctico, tanto así que otros países de habla hispana reconocen esta curiosidad en el lenguaje común de la región antioqueña que ha sido muy difundido a través de series y novelas de narcos.          


Es muy común encontrar comunidades que dependiendo de sus procesos históricos, fueron incluyendo en su lenguaje nuevos modismos o expresiones para  así crear dialectos que se transforman en  nuevos idiomas, por eso la importancia de aceptar la flexibilidad en el lenguaje y sobretodo de desligar las palabras de su significado porque ellas son como las personas, mientras unas mueren otras nacen, por algo son incluidas en la RAE cada vez  más  palabras y con frecuencia encontramos varias formas de nombrar a un objeto dentro de un mismo idioma, caso específico le ocurre al Español y su riqueza lexical gracias al aporte de las diversas culturas colonizadas por los ibéricos. 


Muchas palabras del parlache ya fueron incluídas en la RAE lo que nos da testimonio del carácter no fijo del lenguaje: “ la expresión  “juego de lenguaje”  debe poner de relieve aquí que hablar el lenguaje forma parte de una actividad o forma de vida” (p.185.) Mientras el hombre permanezca vivo continuará  transformándose  junto con su lenguaje, la interacción entre semejantes da pie para la inventiva de nuevos juegos del lenguaje de acuerdo a la demanda de las comunicaciones. Quizás en un futuro será necesario jugar con otra forma de vida inteligente donde tan sólo sea cuestión de llegar a un acuerdo en las reglas.




Bibliografía


  • Luz Stella Castañeda. (2005). El Parlache: Resultados de una investigación lexicológica, facultad de comunicaciones, Universidad de Antioquia. Bogotá. FORMA Y FUNCIÓN 

 

  • Ramiro Montoya. (2001).  El parlache, Jerga de marginados.  Madrid. VISION LIBROS. 


  • Ludwig Wittgenstein. (1967). Investigaciones filosóficas. Inglaterra.  

sábado, 31 de mayo de 2025

Escritores en los barrios populares

Por: Jhonny Estrada   


“De todo elemento el hombre es un creador”

(Víctor Jara)

Entre los caseríos de los ninguneados, cubiertos por el anonimato en medio de las masas homogéneas, viven laboriosos escritores que intentan pintar con palabras mundos mejores, enseñanzas y esperanzas, que incluso se convierten en un motor para sí mismos. Las palabras, creadoras de mundo, devienen también como horizontes donde la utopía tiene posibilidad. Qué bueno es saber que en los barrios de la ciudad demoledora que es Medellín, absorbida por el pragmatismo de la ganancia, existen soñadores que, lejos de algún nexo con lo académico, dedican parte de su actividad a la creación literaria.

En esta sociedad, cristalizada y pasiva de los humanos cansados, escriben sin importar los límites de sus condiciones materiales, demostrando que dicha creación no es solo una actividad de burgueses. Escritores, que pasan desapercibidos tras la cara de cualquier proletario y puede ser alguien comiendo empanadas en la esquina de un barrio pobre, el trabajador que pasa de vuelta a su hogar cargando una pesada maleta, o, un caddie, que baja de la ladera y contrasta en un espacio donde solo escriben números.

Este es el caso de Cisco o el Cocis, compañero de trabajo, quien es un experto gozando de jugar con las palabras. A veces, llega saludando ¡entonces que chachomus! Y de vez en cuando nos canta una canción al revés. El, hace algunos años, viene escribiendo cuentos y poemas, no con la intención de ser famoso, sino inmerso en la pasión de crear y entregar un mensaje. Su nombre es Francisco Javier Gutiérrez Restrepo, nació en Medellín el 29 de mayo de 1964, tiene 60 años y ha vivido toda su vida en Belén Rincón. 

Comenta que cuando nació el sector aun tenía las calles de barro y no estaba tan habitado: “Crecí en una época donde se vivía tranquilo, los muchachos éramos muy ceñidos a las reglas del hogar, entonces a las 6 pm nos entrábamos para la casa como regla principal. Ya a las 7 se veía muy poquita gente en la calle, además porque todo era oscuro y no había electricidad, ni lámparas de alumbrado público. Por eso nos daba miedo también, porque los papás a uno le contaban historias, de la pata sola, la madre monte, la mano peluda, el cura sin cabeza”.

Cisco ha conformado su familia habitando el sector La Capilla, del mismo barrio, y comenta que apenas hace más o menos 7 años comenzó el hábito de la escritura. Dice: “En mi juventud yo no escribía poesías, pero era muy enamorado y conquistaba las peladas escribiéndoles cartas de amor. Ya esto de escribir poesías y cuentos empecé después, siendo una persona casada, con hijos… y todo comenzó, en una época donde me sentía vacío y decidí conocer más profundamente de Dios. Ahí fue que me di cuenta que podía escribir, y comencé principalmente escribiendo canciones netamente inspiradas en él, porque Dios me enseñó el verdadero amor. Él me regaló entre 40 y 50 canciones todas inspiradas en una buena enseñanza, al igual que mis cuentos y mis poemas están inspirados en las cosas de Dios, en la mujer, en mi madre”.

Sin embargo, Cisco no solo ha creado en sentido literario, también ha trabajado por un mejor mundo dentro de su comunidad. El, que fue reconocido en el barrio por ser un buen futbolista, creó una escuela de fútbol en la que fue instructor muchos años.  “Cree una escuela, un club deportivo acá en La Capilla, estuve sirviendo como instructor a los niños y jóvenes de 5 a 18 años, llegamos a tener más de 200 integrantes. Con ellos teníamos una actividad donde no todo era fútbol, sino que también les mostrábamos películas, documentales, les traíamos expositores, pues no buscábamos que solo fueran futbolistas, sino que, ante todo, fueran buenas personas”.

El objetivo de la obra literaria de Cisco es que llegue a muchos corazones el mensaje que ella contiene. “Me he presentado en muchas convocatorias y concursos para publicación, tengo un libro de cuentos que se llama Milagros Divinos basado en la experiencia de milagros a través de personas, ahí tengo cuentos cortos y cuentos largos con los que podrían hacer una película, tales como: El Paraíso es Real, Yo También Estuve Allí, Amigos por Siempre, Guarden su Corazón, o poesías como El Ángel que Siempre Tuve dedicado a mi madre, porque me di cuenta que a las personas y sobre todo a la madre hay que apreciarla y quererla en vida, porque… ¿Para qué cosas después de uno estar muerto? Pronto la voy a hacer pública, espero que les guste, tiene unos versos muy bonitos”.

Cisco difunde su obra por Tik Tok, donde lo pueden encontrar como “Cocis20” y allí sus cuentos y poemas. Su seudónimo es así, porque aparte de escribir cosas bonitas también le gusta hablar al revés, que es algo que aprendió en el barrio, como parte de un argot callejero. “Por eso he aprendido varias canciones que las puedo cantar al revés. Pero… yo me lo tomo como parte de un juego”. A propósito, en la obra de Cocis puedes encontrar cuentos que no tienen que ver directamente con Dios, tales como Hay Amá Como Te Quería mi Apá, que está inspirado más en situaciones de la vida cotidiana en el barrio, en lo que pasa en la calle. Así pues, tenemos un personaje que se apoya en la palabra para crear el mundo que acompaña sus acciones; pero, además, resulta interesante reflexionar en torno a apreciar la madre en vida y contrastarlo con la relación con Dios y su cuento El paraíso es Real, pues quizás más que una posibilidad, se pueda vislumbrar la necesidad de hacer el paraíso en la tierra. 



martes, 22 de abril de 2025

Saltar o no saltar: he ahí el dilema

 

Por: C. Carmona Salas


 

“Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera… Hasta hay un momento, al principio mismo, en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace”.

Jean-Paul Sartre.

 

¿Qué vemos al otro lado del precipicio que nos invita a dar el salto? Desde la orilla de nuestra alma presentimos la cercanía de otra alma. Bajo la luz de la propia experiencia vamos tratando de encontrarnos a nosotros mismos al entrar en contacto con el otro, casi siempre de modo inconsciente, y cuanto más creemos en lo que presentimos como semejante, tanto más nos sentimos tentados a dar el salto.

Partiendo de la idea de que el pensamiento precede a la acción, y si aceptamos que el ejercicio del pensar implica cierto movimiento o energía —sin caer en teorías esotéricas triviales, sino entendiendo que las conexiones neuronales se efectúan a partir de reacciones electroquímicas para la transmisión de información—, podemos reconocer que pensar en el otro es invertir en éste cierta energía, al menos desde una perspectiva fisiológica. En este sentido, nos volvemos cada vez más generosos con el otro cuando dirigimos nuestro pensamiento con mayor frecuencia e intensidad en él.

A lo mejor ocurre con la conciencia lo mismo que con la mirada, es decir, en la medida en la que concentramos nuestra atención en un objeto determinado, éste se instala como “único” en medio de la multiplicidad del mundo. Enfocándose sólo en ese objeto, lo demás desaparece para el observador. Esta orientación de la atención en un único objeto puede resultar una suerte de ceguera ya que, en cierto sentido, nos priva de atender el plano general en el que el otro nos aparece allende el precipicio.

Esa luminosidad que nos seduce a dar el salto se hace más resplandeciente en tanto que hacemos de su fuente nuestro objeto de deseo. De este modo la lente de la conciencia va ajustándose, acentuando el enfoque y la intencionalidad en aquello que ahora nos aparece como lo “único”, y la potencia del deseo va resaltando lo que creemos ver como semejante a nosotros, lo que nos resulta particularmente valioso y digno de conquistar en “el deseado”. Quizás ésta es la situación común, el punto de partida genérico en la mayoría de las historias y las empresas amorosas que han ocurrido, ocurren y ocurrirán bajo el cielo de la humanidad.

En el Zaratustra decía Nietzsche que “entre las cosas más semejantes es precisamente donde la ilusión miente del modo más hermoso”. A medida que vamos alimentando esta ilusión, embriagados por las pasiones que derivan del deseo intenso que la idea del otro nos suscita, asistimos —a fuerza de presentimientos— al nacimiento de “lo verdadero” en nuestro corazón. El otro se ha tornado “real” para nosotros, mas no por sí mismo, sino por el influjo ciego de las pasiones que agitan nuestra voluntad. De pie al borde del precipicio, estamos prestos a dar el salto, sin embargo, siguiendo a Nietzsche, olvidamos que “el abismo más pequeño es el más difícil de salvar”.

Ante el dilema de si es posible elegir de quien nos enamoramos o si, parafraseando a Cortázar, es algo que nos sucede súbitamente, como un rayo que nos parte los huesos, es difícil dar una respuesta definitiva. Puede ser que se trate de un ardid de la naturaleza en busca de la preservación de la especie, o tal vez sea una manifestación psicosomática de aquello que oscuramente nos mueve desde el cautiverio del inconsciente. A lo mejor estamos condicionados por todo ello y por la cultura que ha ido estructurando con prejuicios la manera en la que intentamos entablar vínculos afectivos.

Ahora bien, cuanto más nos encontramos envueltos por la niebla de nuestros prejuicios, cuanto más intensamente resuena en nuestro oído el melodioso canto de sirenas que el deseo nos hace intuir como proveniente del otro lado del abismo, cuanto más firmemente nos abrazamos a la fe en aquella “verdad” que nos llama del otro lado del precipicio, tanto más difícil resulta percibir el tenue rumor de la razón que intenta hablarnos en el lenguaje de la incertidumbre y la duda.

Saltar o no saltar: he ahí el dilema. Si bien no podemos elegir de quién ni por qué nos enamoramos, amar al otro sí es una elección que tomamos deliberadamente si se atiende al susurro de la duda, o irreflexivamente si lo hacemos bajo la embriaguez que produce beber del tonel de la ilusión con la sed insaciable del deseo. Si nos detenemos a reflexionar, es decir, a poner en palabras aquello que se agita en la vorágine de nuestro deseo; si nos distanciamos con prudencia para asumir una perspectiva objetiva respecto a la decisión que estamos a punto de tomar; si nos detenemos a contemplar el abismo que nos separa del otro; si ampliamos el enfoque de nuestra intencionalidad para contemplar con mayor apertura lo que nos llama del otro lado del precipicio, probablemente no daríamos el salto. Pero no ocurre así en la vida real, puesto que, como dijo Pascal, “el corazón tiene razones que la razón ignora”.

 

Réplica

 

“¿Qué es lo que hace padecer al amor? La duda. Nietzsche dijo en una ocasión que el amor del filósofo a la vida era el amor a una mujer que nos inspira dudas”.

Thomas Mann.

 

Ciertamente la duda es incómoda, sin embargo, el amor a la vida —o a la mujer— es un asunto de comprensión, mas no de conocimiento. Quien desea conocer algo sufre al enfrentarse con las limitaciones de su entendimiento, y en su interior se agita un mar de dudas. Pero quien busca comprender algo es capaz de asumir con humildad sus propias limitaciones, sobreponiéndose a ellas, navegando sobre el mar bravío de la incertidumbre, ya que no precisa de razones, puesto que conocer es asunto de la cabeza, y comprender, del corazón. Ya decía Pessoa:

 

Porque quien ama nunca sabe lo que ama

Ni sabe por qué ama, ni qué es amar…

Amar es la eterna inocencia,

Y la única inocencia es no pensar…

 

A pesar de todo, saltamos.

 

 

lunes, 21 de abril de 2025

Vibrar con la Tierra para sanar con el sonido

Por: Wilder Carmona



Ilustración por Wilder Carmona

Dicen que todo vibra. Que el universo entero es una danza de frecuencias, una sinfonía invisible que se despliega en cada hoja que cae, en cada ola que lame la orilla, en cada suspiro que escapa del pecho. En medio de ese universo sonoro, hay quienes han aprendido a afinar su espíritu a una frecuencia distinta: 432 Hz. No es un número al azar. Muchos lo consideran el pulso natural de la Tierra, una vibración que resuena con el corazón, con el agua, con los ciclos invisibles que rigen la vida.

Leidy y Sulpayki han hecho de esa frecuencia su hogar. Son Raíz Aborigen, un dúo que no interpreta canciones: las encarna. Leidy abraza la guitarra como si fuese una prolongación de su pecho, de su intuición más honda. Sus dedos recorren las cuerdas con una suavidad precisa, convocando melodías que recuerdan a las abuelas que cantaban para sanar, para despedir o para dar la bienvenida a la vida. A su lado, Sulpayki respira a través de la quena y la zampoña, soplando vientos antiguos que parecen salir de las entrañas de los Andes.

Se conocieron hace dos años y medio, no en una sala de conciertos ni en un festival de arte, sino en las montañas de Venecia, Antioquia. Como si el destino hubiera sido convocado por alguna fuerza más antigua que la voluntad, sus caminos se entrelazaron allí, entre nieblas y cafetales, donde el silencio también tiene voz. Desde entonces, su andar ha sido inseparable: un viaje compartido, musical y espiritual.

No son artistas de vitrina. Su música no se viste de espectáculo ni de luces artificiales. Cantan en rituales de hongos, ceremonias que convocan el cuerpo y el alma, guiados por una maima, una sabia mujer que cuida y guía. En esos encuentros, Leidy y Sulpayki no son protagonistas: son custodios del silencio, del tránsito interior de quienes se sumergen en lo profundo. Saben cuándo tocar y cuándo callar, cuándo un golpe de tambor basta o cuándo un susurro basta más aún. Su sonido no interrumpe el viaje: lo sostiene.

Pero también, como tantos artistas de corazón libre, caminan entre dos mundos. A veces, los encuentras en pequeños restaurantes, entonando canciones propias o recreando las voces de los artistas que admiran: Grupo Putumayo, Los Kjarkas, Savia Andina, Chris Orange, Danit. Han hecho del canto una manera de vivir, y del viaje una forma de conocimiento. No tienen disquera, pero tienen camino. No tienen escenario fijo, pero tienen horizonte.

Con frecuencia, viajan "tirando dedo", dejando que el viento y la buena voluntad los lleven a lugares tan apartados como el Putumayo. En cada tramo, en cada parada, la música es su pasaporte. No llevan más que sus instrumentos, su confianza en la vida y la certeza de que, mientras sigan cantando, el mundo les abrirá sus puertas y les dará sus gratificantes sorpresas.

Una tarde, cuando la ruta los llevó al sur profundo del país, una experiencia quedó tatuada en su memoria. Fue en el Putumayo, en medio de la espesa selva que abraza el camino que conduce de Mocoa a Pasto, por un trayecto tan temido como fascinante: El Trampolín de la Muerte. No es un nombre poético ni exagerado. Se trata, sin ambages, de la carretera más peligrosa de Colombia. Una vía angosta, sin asfalto, esculpida en los bordes de la cordillera, flanqueada por precipicios y nubes densas, por los rugidos de la selva y el recio viento.

Aquella vez, un pequeño campero los recogió cuando el reloj marcaba las cuatro de la tarde. El cielo comenzaba a mutar entre los tonos ocres del ocaso y la azulina niebla del crepúsculo. Iban en la parte trasera, con los cuerpos entregados al vaivén de la suspensión que traqueteaba con brusquedad entre huecos, piedras y curvas imposibles. Cada sacudida era un llamado a la conciencia: estaban vivos. Y lo sabían con una claridad que solo el vértigo puede regalar.

“El paisaje era increíble”, dijeron. Y no lo decían como una postal turística. Era una especie de desborde de la belleza, un paraíso escondido tras el disfraz del peligro. La luna, alta y callada, parecía velar su paso como una guardiana ancestral, mientras la vegetación estallaba en verdes profundos y nieblas persistentes. Entre el susto y la contemplación, algo se reveló.

Tal vez por eso, esa experiencia les quedó grabada como una lección. Allí, en ese trance entre el miedo y la maravilla, comprendieron algo esencial: que la vida se siente más nítida cuando se roza su umbral. Que el peligro no es enemigo de la belleza, sino su frontera. Y que así como El Trampolín de la Muerte oculta un paraíso entre abismos y precipicios, también el alma humana guarda paisajes luminosos detrás del temor, si sabemos transitar con respeto, con música, con silencio.

Al final del día, Raza Aborigen no es solo un nombre artístico: es una declaración de sentido. Leidy y Sulpayki no buscan volver a un pasado idealizado, sino rescatar lo esencial que aún late debajo de la tierra del mundo moderno. Su canto es tierra, raíz, respiración. Es el intento honesto de traer al ahora el espíritu de un tiempo donde el sonido y el alma no estaban separados. Y así siguen, con sus mochilas al hombro, su fe en la música como medicina, y una guitarra afinada al pulso de la Tierra.

Pero si hay algo que también vibra en cada respiración compartida sobre el escenario o en medio de la selva, es el amor que se profesan. Ese vínculo no solo los sostiene a ellos, sino que se proyecta hacia el mundo. Quien los escucha, lo siente: hay una ternura en sus melodías, una delicadeza que no se puede fingir. El amor entre ellos es parte del mensaje, no como un espectáculo romántico, sino como un recordatorio de que la unión verdadera también puede ser medicina. En tiempos de ruido y prisa, ellos cantan al ritmo del cuidado mutuo, del respeto, del compartir silencios y caminos difíciles.

Así, cada nota, cada palabra, cada silencio entre canción y canción, es una forma de decir: “aquí estamos, amándonos, y ese amor también es para ti”.

Porque cuando la tierra vibra en 432 Hz, lo hace no solo desde la raíz: lo hace también desde el corazón humano.


martes, 15 de abril de 2025

viernes, 11 de abril de 2025

Rarograund: Una posibilidad en la asfixiante realidad

Por: Jhonny Estrada


Rarograund: Foto tomada por Jhonny Estrada

Rarograund: Foto tomada por Jhonny Estrada


Por obvias razones, él no tiene celular, tampoco vive en una casa donde puedas buscarlo, pero aun así salí a su encuentro; es decir, me trace un trayecto (a ver si me lo encontraba), desde la Avenida 80 con la Cl. 65, hasta las canchas donde Realizan Barrio Antioquia fresstyle, en el barrio Trinidad. Lo había buscado con atención mientras caminaba, pero como no recordaba su rostro, solo podría reconocerlo por su energía particularmente rapa que ya había percibido una vez.

Llegué a las canchas desesperado por no haberlo hallado en el camino y sin saber qué hacer, pregunté a la primera persona que estuvo a mi lado. ¿Conoces a Rarograund? Responde: claro ¿quién no? Entonces le pregunto si sabe dónde lo puedo encontrar. Él se parcha por allí, (señala) al fondo a la izquierda detrás del árbol grande en los parques. Decidí a ir primero a buscar una cerveza para soportar el severo sol mientras subía al lugar que me habían señalado y, en el camino, me lo encontré. Estaba en el andén, dormido profundamente en el incómodo colchón que es la realidad y lo áspero del cemento. Por tanto, con pola en mano, me senté a esperar a que despertara de las infernales locuras en las nubes de su edén.

Una vez se levantó de allí, lo saludé y le recordé que un día hablé con él para que me permitiera una entrevista, entonces me recibió amablemente y nos sentamos en el andén de en frente. Su nombre es Juan David Baloyes Mosquera y tiene 30 años, más conocido como Rarograund, un afro con un talento forjado en la adversidad, habitante de calle y habitual participante de las batallas de freestyle en el barrio Antioquia. Cuenta que nació en Medellín el 20 de febrero del 94, en la casa donde vivían, en Belén Zafra, y allí se crio hasta los 10 años. Pues, desde entonces, su familia se estuvo mudando por diferentes barrios de la ciudad.

En una mezcla de nostalgia y alegría, comienza a comentar: yo toda mi infancia, nea, estudié música en la escuela del barrio Santafé, desde los 6 años, y estando en la red de bandas aprendí a tocar la Viola. El Rap lo conocí a temprana edad, pero no entendía bien sus términos ni sus fundamentos. Recuerdo que mi tía, que llego de Brasil, me trajo dos CDs ¡originales gonorr#@! De todos los hits de esa época en el Hip Hop. Entonces ahí estaban temas como: Where Is The Love? Y otros de Snoop y Dr. Dre. Estaban muy chimbas y se los detallé a un parcerito que manejaba bus cuando vivimos en Buenos Aires Quinta Linda. Por allá conocí raperos más adultos que me daban bases. Yo tenía como 13 años y estudiaba en el INEM y entonces, con otros compañeros del colegio, conformamos un grupo y comencé a rapear, también bailábamos break dance, fue la primera vez que empecé a crear música.

Raro creció en una familia que practica el taoísmo, pero no el oriental sino el de Suramérica, fundado por el maestro Kelium Zeus. Dice: mi mamá y sus hermanos desde muy jóvenes comenzaron a cambiar el estilo de vida, a entrenar y estudiar la ciencia del esoterismo, por lo que yo nací en eso siendo vegetariano. Entonces estas músicas… que son músicas infernales decía el maestro… paila yo sentía mucho temor de ser rapero.

De todas formas, me gustaban mucho los conciertos de Rap que hacían gratis cada ocho días por toda la ciudad. A todos íbamos, que el HIP 6, que Revolución sin Muertos, que el Undergrano, que el Altavoz. Desde Caldas a Copacabana, en alguna parte había un evento de Rap. Pero en una de esas, tuve una sobredosis de sustancias, yo estaba muy pequeño, tenía 15 años. Entonces, por eso dejé la música y me fui para el templo del maestro, porque el Tao era mi religión y yo desde niño seguía los pasos, así que estuve por allá 6 años. Aunque pa’ qué, por allá escribí como 4 canciones sobre las conexiones que iba sintiendo.

Cuando Raro volvió de allí, retomo su vida, trabajaba, tenía su moto y ayudaba económicamente en su casa. Sin embargo, tuvo otro descontrol con las sustancias y comenzó a fumar otras cosas. Dice: me desbordó el perico y empecé a fumar bazuco porque ya no me gustaba como me estaban ardiendo las fosas, consumía a pesar del miedo que me daba, porque recordaba a un tío mío que era consumidor y fue muy problemático para la familia ¡yo lo quería mucho! Mi mamá, al ver que ya solo quería estar en la calle consumiendo, me echó de la casa. Entonces ya hace 6 años vivo en la calle; mi mamá quiere que deje las drogas… pero yo siento que todavía hay mucha estigmatización con ellas. Eso afecta, porque si hubiera mejores herramientas quizá habría más drogos funcionales; yo, a pesar de la adicción, me considero de muy buen comportamiento, soy trabajador mientras puedo y consumo por mi propio “criterio”.

Continua: “volví al Rap hace dos años, cuando empezó la liga Barrio Antioquia Fresstyle y me he sentido muy acogido por la comunidad, he logrado mucha conexión con la gente. Yo busco también una conexión con la madre coca, como los indígenas Arhuacos, y aunque estas sustancias tengan muy poca, donde este la coca ahí soy feliz y quiero estar”. Pero ante este romance Rarograund reflexiona y dice: “Mi adicción y mi cuerpo, como esta hoy, es el resultado del desamor y el autorrechazo, de proyecciones de suicidio y concepciones negativas que se convierten en hábito”. Raro ahora, con los parceros de la liga, ha sentido nuevamente una familia y una hermandad, potenciando sus posibilidades de vida.

Rarograund no es solo un habitante de calle, estereotipado como delincuente, sino más bien un artista entre la dificultad y la secuela. Él se toma el andén de colchón para atravesar el sol después de la juerga nocturna, y, cuando se despierta, hay locos a su lado queriendo escribir su cuento. Y luego, como surgido de la nada, pasan taxis con amigos suyos diciéndole: ¡Raro! ¡Vamos para Buenos Aires a la batalla de la tienda del freestyle! Él responde: ¡No mano, estoy muy gamín! Y su amigo le responde: ah, listo mano, entonces voy a pasar todos los días por usted hasta que quiera gonorr#@! Entonces a la utopía le late fuerte el corazón.

lunes, 7 de abril de 2025

En un mundo malo y sus fantasmas solo se puede mirar el horror

Por: Jhonny Estrada


Como arcadas o nauseas secas, me ha acontecido durante los últimos días una percepción deprimente de la realidad y su panorama mundial actual, o por lo menos de lo que desde esta ciudad que es Medellín, enmascarada como tasita de plata, se puede ver de cerca y enterarse a lo lejos. Tal vez peque de ingenuidad al esperar más que malas noticias, cuando se supone que uno es consciente de que de una sociedad que ha construido su base fundante sobre la injusticia, no habrá de emerger nada bueno. Difícil es creer que este mundo maltrecho por el capitalismo dará a luz a la sociedad humana que soñando despiertos divisamos en el horizonte, sin antes destruir sus cimientos de injusticia.

Este pesimismo y el panorama de negatividad, sin embargo, nos debe recordar, más bien, que no es fácil la trasformación, como también que es urgente nuestra acción. Pues tampoco se puede negar que es en los humanos de este mundo malo que recae la esperanza de realización de uno mejor, bueno, sin averías ni enfermo. Pero hoy, a pesar de las bellezas sintéticas que decoran este mundo y con las que hipnotizan la mirada de las masas, el horror se ha desplegado por todos lados sin dejar algo más que mirar. Las violentas tensiones que se palpan acá y acullá, por consiguiente, deberían necesariamente concentrar toda nuestra atención.

Hoy por hoy el malestar de la vida humana es ineludible. Pero habría que caminar sin corazón para ignorar deliberadamente el genocidio más atroz en nuestra época, a saber, el de Israel y su mundo aliado contra Palestina, mientras es transmitido en vivo como parte del espectáculo. Y para no decirnos mentiras, este es un avance ejemplar de que este sistema puede eliminar todo lo que no represente sus intereses, como también que los derechos humanos no son más que un fantasma.

La fe que depositamos en estos últimos demuestra que somos gobernados por espectros, por puros ideales que adquieren más poder de verdad que la realidad, aunque aquellos estén en contradicción con las condiciones materiales que constituyen la realidad misma. Tal como la libertad o la igualdad, supuestamente garantizadas por el fantasma mayor, el Estado, al que obedecemos e idolatramos, aunque nos mantenga atados bajo sus formas establecidas a condiciones paupérrimas de vida, obedeciendo más bien a los intereses de los poderosos, la propiedad privada y la conservación del orden que los favorece.

Para no ir muy lejos, en Colombia, uno se levanta por estos días y se da cuenta que fueron eliminados por los opositores del pueblo en el Congreso, los artículos 31, 32 y 33 de la reforma laboral propuesta por el presidente Gustavo Petro. Estos trataban acerca de las medidas de formalización de las y los trabajadores del campo, reglamentando el contrato laboral agropecuario para las personas que ejercen labores allí de forma permanente, transitoria y estacional, según las temporadas de productividad, continuas o discontinuas. Esto implicaba, pues, el pago obligatorio de un jornal agropecuario al trabajador. A la vez, el artículo 33 tenía como objetivo garantizar la vivienda o su adecuación para las trabajadoras y trabajadores rurales, que habitan en el predio de explotación con sus familias.

Aunque la reforma fue aprobada, la eliminación de estos artículos es un fuerte golpe contra los trabajadores rurales y du dignidad. Los congresistas opositores les han negado sus derechos laborales con argumentos en pro de las finanzas de los empresarios, alegando que estos no los pueden pagar por el riesgo inminente de quiebra. Una vez más, los intereses de los poderosos se sobreponen a los intereses del pueblo y la masa trabajadora, abriendo más la brecha de desigualdad que sostiene el orden de represión.

La lucha de clases que surge del sistema capitalista se percibe intensificada por todos lados, y la sociedad alienada se apacigua agitada en la persecución y posesión del dios dinero, el cual, más que todo, tiene la capacidad de obnubilar todo sentido común. Nada más es ver las declaraciones del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, acerca de la problemática de los habitantes de calle en la ciudad, dice: “las cosas se tienen que llamar como son: un habitante de calle que tira una piedra y le causa daño a un ciudadano, antes que habitante de calle ya se ha convertido en un delincuente y debe ser tratado como tal”, sin reconocer la macro estructura que da como resultado esta problemática social. Cierto es su incremento en la ciudad, como también es preocupante la práctica que han asumido algunos de arrojar piedras desde los puentes para facilitar que las bandas criminales, con las que están aliados, roben a los motoristas o conductores.

Pero si bien, este es un acto criminal que debe ser castigado, como afirma el alcalde, lo cuestionable estriba en que el habitante de calle deja de ser tomado como tal y convertido solo en criminal. De nuevo atacándose solo las consecuencias y desconociendo las causas y trasfondos que llevan a las personas a ser habitantes de calle y cometer estos actos. Además, argumenta Gutiérrez, que los derechos de estas personas no pueden estar por encima de los derechos de los demás ciudadanos, como si en verdad estos desposeídos tuvieran algún derecho. Pues el único que parece respetárseles, es el de la libertad de ser todo lo habitante de calle que se quiera, mientras no alteren el orden público. Y es que el capitalismo se instala con tal naturalidad, que rara vez cuestionamos la estructura y orden social que hace que existan personas con tales condiciones de vida, sino que, a lo sumo, reconocemos que deben ser reacomodadas las ovejas descarriadas y, en su defecto, eliminadas y desechadas, abandonadas a su suerte, en esta selva donde solo vales lo que tienes.

Es claro que nuestros gobernantes no tienen ningún interés en solucionar los problemas de la población y garantizar sus derechos básicos, pues solo están movidos por sus intereses de clase. Como se hizo evidente con la ausencia del alcalde y el gobernador en las jornadas asamblearias realizadas en la Universidad de Antioquia, a las que fueron invitados para hacer frente a la desfinanciación que sufre la educación pública y, en especial, nuestra alma mater, pero no dejaron más que vacías las sillas marcadas con sus cargos, y a los estudiantes esperando que en algún momento llegaran a ocuparlas.

Por tanto, ante el posible cierre de la Universidad, al estudiantado no le queda otro camino que tomar acción, marchar y hacerse escuchar por este pueblo indolente, que, aunque afectado, no parece interesado en defender el derecho a la educación pública. No obstante, es en la acción de todos donde reside la transformación de este mundo malo.


viernes, 21 de marzo de 2025

Dándoselas de artista…



Por: Wilder Carmona




ADVERTENCIA: Los nombres de las personas y lugares en esta crónica han sido modificados para proteger su identidad.

Ser un artista emergente es lanzarse a un río caudaloso sin más bote que la pasión y el deseo de crear. Es remar contra la corriente con las propias manos, buscar cada oportunidad y, muchas veces, construir escenarios donde no los hay. No hay garantías, no hay caminos trazados; sólo está la determinación de hacer que la música resuene más allá de las paredes de un cuarto de ensayo. Cada toque es una pequeña victoria en esta travesía incierta.


Todo comenzó cuando nuestro entonces mánager, Hernando Márquez, un mexicano cuñado de uno de los guitarristas de la banda, Cristóbal Montalvo, nos propuso tocar en El Cordón Cervecero, una fábrica de cerveza artesanal. Sin embargo, había una condición: cada uno de nosotros debía vender al menos 20 boletas. Cada entrada costaba 25.000 pesos, incluía cinco cervezas, y nuestras ganancias dependían directamente del número de boletas que lográramos vender.


Imagínate lo que eso significaba para alguien que solo quería tocar y compartir su arte. Ahora que lo pienso … el talento por sí solo no es suficiente. No basta con la música; el artista debe garantizar un consumo, porque además es él quien lleva al público. Mejor dicho, todo recae sobre sus hombros. Así es la vida del artista independiente. Igual, casi nadie nos conocía… y quizá nunca nos conozcan. 


Bueno… como casi nadie me conoce tampoco, me presento rápidamente. Soy un músico independiente de la ciudad y esta es la historia de un toque que realizamos hace ya varios años, en el 2013.


Al final, logramos vender casi todas las boletas. Algunos de nosotros con más facilidad que otros, pero entre todos hicimos el esfuerzo para completar el cupo. Fue un trabajo de días, invitando amigos, insistiendo en redes sociales, convenciendo a conocidos que lo valía, que al menos las cervezas salían a buen precio. Y aunque el público iba a llegar por nosotros, la sensación era la misma: más que músicos, éramos promotores, vendedores de nuestro propio arte.


El día del toque fue una muestra más de lo que significa ser un artista emergente. Aquí no hay lujos ni mimos; cada quien llega como puede, con su instrumento al hombro y el estómago ojalá lleno. El evento empezaba a las 7:00 p.m., pero llegamos dos horas antes para la prueba de sonido.


El encargado del sonido parecía saber lo que hacía, lo cual siempre es un alivio. Me explicó que, debido a las características acústicas del sitio, debía ecualizar el bombo para atenuar ciertas frecuencias. Es bueno empezar llevándose bien con el sonidista, y mejor aún cuando demuestra ser atento y con experiencia. Luego tocamos algunos temas para probar y, sorprendentemente, sonaba muy bien. Ahí uno respira más tranquilo; al menos en el sonido no habría sorpresas desagradables.


La prueba de sonido fue breve, lo justo para confirmar que todo funcionaba. Los nervios siempre están ahí, no importa cuántas veces uno se suba a tocar. No es miedo, es más bien la consciencia de que cada presentación es única y efímera. Luego, la luz del sol empezó a desvanecerse cada vez más y llegó la noche. 


Mientras la oscuridad cubría la ciudad, la gente empezó a llegar poco a poco. Se sentía ese murmullo creciente, ese ambiente de expectativa que precede a cada evento. Los primeros en aparecer fueron los amigos y familiares, los fans más queridos y fieles, aquellos que siempre estaban ahí para apoyarnos, comprando boletas, compartiendo la emoción del momento. Los saludos eran efusivos, los abrazos cargados de energía y las risas brotaban con facilidad, como si el solo hecho de estar juntos ya justificara todo el esfuerzo.


El Cordón Cervecero tenía una estructura particular: abajo funcionaba la fábrica de cerveza, con sus tanques de fermentación impregnando el aire. Arriba, en un segundo nivel, se encontraba una especie de bar donde se realizaban los eventos. Era un espacio acogedor, con mesas de madera, luces tenues y un pequeño escenario al fondo. La combinación de la calidez del lugar y el entusiasmo del público creaba una atmósfera especial, la sensación de que algo memorable estaba por ocurrir.


Cuando empezamos el desmadre, ya algunas personas estaban algo prendidas y se entusiasmaron con nuestra música. Se sentía la energía subir con cada canción, la gente aplaudía y se movía al ritmo de las ondas sonoras. Desde el escenario, veíamos cómo el público vibraba, sus rostros reflejaban la emoción del momento. Todo fluía bien, hasta que de repente, mi bajo dejó de sonar. Un instante de desconcierto, la mente trabajando rápido: ¿Qué pasó? Revisé la conexión y, efectivamente, era un problema con el plug. Por suerte, lo arreglamos rápido, pero supe que no podía moverme demasiado para evitar que volviera a desconectarse. Aun así, nada de eso impidió que disfrutara del toque. Seguimos tocando con la misma entrega, con la certeza de que, pese a los imprevistos, estábamos haciendo lo que amábamos.


Ser artista, en especial un juglar de estos tiempos, es asumir la misión de llevar alegría y significado a quienes lo escuchan. No importa cuán complicado sea el camino ni cuántas dificultades se presenten, porque la verdadera esencia del arte es su poder de unir las almas, de convertir un instante en algo eterno. Cada toque es una comunión, una ceremonia donde los instrumentos y las voces entrelazan historias, sentimientos y pasiones. Sobre el escenario he comprendido que más allá de la incertidumbre, de los esfuerzos y los sacrificios, el arte nos hace libres y nos conecta con los demás de una manera que trasciende las palabras, convirtiéndo un instante de nuestra vida en algo memorable. Cada toque es una comunión, una ceremonia en este mundo donde los intereses de la mayoría suelen ser monetarios, el arte se manifiesta en su propia experiencia intangible pero inolvidable. Vivimos en un tiempo donde todo se mide en términos de producción material, olvidando muchas veces la riqueza espiritual que nos deja un momento de verdadera expresión artística.


Al final de la noche, salimos con una sensación de satisfacción. No importaron  los tropiezos ni las preocupaciones previas; lo esencial había sucedido: todos estuvimos conectados. Esa noche la música fue un puente entre almas, una vibración compartida que trascendía lo inmediato. Como decía Hegel, "en el arte, el espíritu absoluto se reconoce a sí mismo", y quizás por eso, por un instante, sentimos que algo más grande que nosotros nos unía, que la música era más que sonido: era una verdad compartida. Ese momento ocurre cuando el público y los músicos están en plena sintonía, cuando la música trasciende el simple entretenimiento y se convierte en un acto de comunión. Es en ese instante cuando el arte logra su propósito más elevado: Relevar una experiencia donde el espíritu se reconoce en la obra y en la comunidad que la vive.


Sin embargo, la experiencia espiritual del arte no puede sostenerse por sí sola en un mundo donde el reconocimiento y la convocatoria definen el valor de un artista. La necesidad de ser conocido para que la expresión tenga relevancia impone una contradicción difícil de sortear: mientras más se insiste en la pureza del arte, más se choca contra la realidad del mercado. Tal vez sea esa lucha entre la autenticidad y la exigencia de éxito comercial la que nos ha impedido apreciar el arte de manera más sana y profunda.


Esa noche terminó, y con ella, la magia de ese instante. Al final, regresé a casa para seguir enfrentando la vida cotidiana… buscando la forma de ejercer aquello de ser artista. En este caso, no ganamos mucho dinero. Y ahí está la paradoja: sabemos que el arte tiene un valor que va más allá de lo material, pero al mismo tiempo debemos venderlo para poder seguir ejerciéndolo sin morir en el intento.


sábado, 22 de febrero de 2025

Estilo libre y utopía en todas las direcciones

 

Por: Jhonny Estrada

Faltaban unos minutos para que cayera la noche y yo no sabía cómo llegar, pero un amigo me indicó el camino más fácil. Y es que el barrio Trinidad siempre me ha parecido tan laberintico, que pierdo la noción de la orientación y concibo el sur en el norte y viceversa. Quien sabe a qué se deba, pero pienso, que así como este barrio me hace caer en dicho conflicto de orientación, también es buena idea que existan horizontes sin una dirección preconcebida, quien quita que así se llegue a la utopía. Esto se me viene a la mente, porque la posibilidad de un mundo mejor se puede encontrar y coger con las manos, si bien no en todas las acciones individuales y colectivas, si en la oportunidad de hacer, en cada momento y en cualquier dirección, un mundo mejor.

Iba caminando a una cuadra de las canchas donde realizan el evento Barrio Antioquia Freestyle La liga del barrio,y se escuchaban ya los latidos de la música vaticinando la calidad del ambiente. Llegué a dicho parche y había dos canchas, una tenía las gradas llenas de espectadores que disfrutaban de un torneo de futbol; en la otra, igual de llena, esperaban los últimos preparatorios para comenzar el torneo de freestyle, actividad popularmente conocida como “Batalla de Gallos”. Esta consiste en la creación repentina de versos sobre un beat de Rap, buscando crear los más sofisticados, que puedan ponerse a un nivel de calidad y genialidad por encima de los versos del contrincante. Pero aquí no se califican solo los versos, sino también su encaje con el ritmo.

Después de un pequeño rodeo, mientras me dejaba sorprender por toda la actividad colectiva, la cual me traía un vestigio de cultura popular, me acerqué al fundador y uno de los encargados de este evento, el rapero Pipe Vega. Después de presentarme y contarle mi intensión, me recibió como a un parcero más, y amablemente se dispuso a contarme todo sobre el parche. Pipe Vega es uno de los MCs que en los 90s fue pionero de la escena Hip Hop de Medellín, por ende, cuenta con una reconocida y larga carrera en el Rap, posicionado ya como un referente.

Al llegar donde él, pude percatarme que habían acabado de partirle la torta y cantarle el cumpleaños a un chico de unos 10 años, el cual me cuenta Pipe es uno de los integrantes de la escuela de boxeo y se hace llamar Yulian como nombre boxístico, lo que explicaba porque otro chico mucho más corpulento, practicaba la potencia de sus puños con el profesor en la zona verde que teníamos cerca. Me comenta, entonces, que no solo realizan el proceso de freestyle, sino que también llevan el proceso de boxeo, intentando que todos los chicos y jóvenes encuentren actividades alternativas para desarrollar una vida distinta a la que parece destinarles el contexto social y los roles que los determinan a repetir las historias de violencia en los barrios.

Desviar la atención hacia el deporte y el arte, dice Pipe, es la intención. Pues estas son actividades que enseñan a los jóvenes la disciplina, la calma, el autocontrol y, además, les puede abrir otros horizontes para proyectarse a niveles profesionales. Confidencialmente, me pone como ejemplo a Sebastián, el chico corpulento que entrenaba en la zona verde, pues a este, que lleva 3 meses en la escuela de boxeo, sus padres lo regañaban porque no quería hacer nada, relacionando su falta de actividad con su peso corporal. Sin embargo, desde que está enfocado en este deporte, ha eliminado ya un poco más de 10 kilos. A simple vista esto no es nada del otro mundo, pero lo cierto es que no alcanzamos a dimensionar la gran potencialidad que la incidencia de los espacios colectivos abiertos a la comunidad tienen para motivar una vida, para hacerla soñar un mundo nuevo que se puede realizar con nuestra propia acción.

Barrio Antioquia Freestyle, la liga del barrio, comenta Pipe, se fundó hace dos años y parte de su incidencia es que ha favorecido el sector en términos comerciales, pues todos los vecinos se congregan en torno a las actividades, y los que tienen negocios, chuzos, emprendimientos, sacan sus ventas a la cancha. Me dice que el parche es para todos y que es gratificante que el crecimiento del evento aporte a la trasformación de la comunidad. Por ejemplo, el hospital geriátrico, que queda justo al lado de la cancha donde hacen el evento, ha sido tenido en cuenta por los patrocinadores, los cuales, periódicamente, llevan ropa, mercados, implementos de aseo y música a los habitantes del hospital.

Una vez comenzó el evento, lo que más sorprendió mi sentido de posibilidades fue el participante estrella de las batallas de La liga del barrio. Un afro con gran talento y una energía magnética, que tiene por nombre artístico: Rarograund. Según cuenta Pipe, es un habitante de calle, consumidor de bazuco, y que ha recorrido otras drogas que lo han llevado a su condición; pero, al fin y al cabo, un participante habitual de las batallas en la liga. Experimenté lo transgresor que fue que aquel Raper callejero fuera aclamado por el público a todo pulmón para que cumpliera su primera batalla, mientras él salía de darle unos pipazos de algún cambuche que solo él conoce. Pero con razón, es que su maestría en el verso me hacía verlo como un Diógenes del Rap, como un cínico parresiasta, que rapeaba y respondía sus contiendas exhibiendo con coraje una verdad que todos conocen, pero una verdad que él hace suya en carne propia: lo absurdo e irracional del mundo en el que vivimos, la mentira del orden establecido. Uno que arroja afuera de su sistema a algunas particularidades que no están en su función.

Por cierto, no habrá que olvidar la idea disruptiva y política que los organizadores tienen del evento, y es que este se realiza cada miércoles, abriendo un espacio artístico a toda la ciudad en la mitad de la semana. Es la oportunidad para muchos de salir de la rutina laboral y los ritmos industriales que, por su velocidad, no deja tiempo para el arte.